LAS SIETE PALABRAS
Nuestro Señor
Jesús expresaba siete palabras mientras entregaba su vida en la
cruz del Calvario.
Aun en su
agonía, cuando el dolor le consumía, emitió palabras que deben afectar
positivamente nuestra manera de vivir.
1. LA PALABRA MISERICORDIOSA.
Lucas 23:34
dice: "Y Jesús decía: Padre, perdónalos, porque no saben lo que
hacen. Y repartieron entre sí sus vestidos, echando suertes".
Todo el plan
de nuestra salvación radica en la misericordia de Dios.
Cristo se
compadecía de los enfermos y los sanaba, de las gentes hambrientas y les daba
de comer. Pero lo extraordinario es compadecerse del enemigo, de los que nos
hacen daño, de los que nos hieren, de los que nos afrentan. Hasta este punto
llegó el amor de Jesucristo.
Es seguro
que los enemigos de Cristo esperaban oír maldiciones, malas palabras, injurias
de quien estaba sufriendo. Esperaban oír por lo menos quejidos de dolor y
fíjense que de él salió no un grito, sino una plegaria, una dulce y suave oración de perdón.
Lo
interesante del verbo griego es que no está en pasado sino en gerundio, o sea:
"iba diciendo". En otras palabras esta frase fue repetida varias
veces durante el cruel proceso.
Se ha dicho
con razón que comprender es perdonar. Él comprendía la ignorancia de este
horrendo crimen. "No saben lo que hacen".
¿Alguna vez
ha sentido un dolor tan agudo que preferiría la muerte? Ahora elévelo a la
enésima potencia, peor si eso fue ocasionado como una operación sin anestesia.
¿Cree usted que sería capaz ese momento de orar por perdón? Hay que notar que
en ese momento Jesús estaba siendo torturado, injuriado, calumniado, etc. Sin
embargo, elevó una oración genuina. Él es un Dios de perdón y misericordia. Él
mismo enseñó a perdonar hasta setenta veces siete, o sea indefinidamente.
2. LA PALABRA ALENTADORA.
Lucas 23:42,
43 dice: "Y dijo a Jesús: Acuérdate de mí cuando vengas en tu
reino. Entonces Jesús le dijo: De cierto te digo que hoy estarás conmigo en el
paraíso.
El compañero
de martirio, un ladrón a quien la tradición le da el nombre Dimas y en algunas
ocasiones le han llamado: "el buen ladrón".
Yo me
imagino que él estaba atento a lo que decía Jesús y seguramente oye de labios
de Cristo la palabra Padre, y seguramente eso le hace reflexionar: "Oh si
yo pudiera dirigirme a Dios con esa paz y tranquilidad".
En ese
momento comienza a creer en Dios, incluso comienza a reprochar a su compañero
en el versículo 40 diciéndole: "¿Ni aun temes tú a Dios, estando en la
misma condenación?". Luego añade en el versículo 41: "Nosotros, a la
verdad, justamente padecemos, porque recibimos lo que merecieron nuestros
hechos; mas éste ningún mal hizo". Fíjense que se siente culpable y por un
momento está de acuerdo con la justicia de los hombres.
De pronto
pone su fe en Jesús y siguiendo el relato le dice: "Acuérdate de mí cuando
vengas en tu reino". Qué preciosa seguridad. Recuerden que ya durante su
ministerio Jesús había afirmado: "Al que a mí viene no le echo
fuera". Si la salvación fuera por obras, aquel ladrón no podía hacer nada
para salvarse. El apóstol Pablo lo aclaró perfectamente en Romanos 10:9, 10:
"Que si confesares con tu boca que Jesús es el Señor, y creyeres en tu
corazón que Dios le levantó de los muertos, serás salvo. Porque con el corazón
se cree para justicia, pero con la boca se confiesa para salvación".
3. LA PALABRA CUIDADOSA.
Juan 19:26,
27 dice: "Cuando vio Jesús a su madre, y al discípulo a quien él
amaba, que estaba presente, dijo a su madre: Mujer, he ahí tu hijo. Después
dijo al discípulo: He ahí tu madre. Y desde aquella hora el discípulo la
recibió en su casa.
Imagínese
como madre lo que ella estaría sintiendo. Pero Jesús como hijo humano de una
dolorida mujer, se acuerda que él como hijo mayor tenía deberes humanos y los
atendió cuidadosamente encomendando a aquella buena y amante madre a su
discípulo amado.
Su resignada
pero dolorida madre lo necesitaba. Hay que notar que la más favorecida de todas
las mujeres fue también la más afligida. Seguramente su fe estaba pasando una
severa prueba, pues, aquel que era poderoso en palabra y obras, se estaba
dejando crucificar y no hacía nada para poder remediarlo. Seguramente esa madre
abnegada se acordó en este momento de cuántos milagros hizo su hijo cuando
estaba en su ministerio.
¿Ahora quién
podría consolar a esta madre en aquellas circunstancias tan deplorables?
Precisamente había un discípulo que Jesús confiaba. Obviamente había parientes
cercanos, hermanos, primos, etc. Pero prefirió confiarle a su discípulo amado
ya que posiblemente José ya había muerto.
Con esto
Jesús nos hace pensar que no debemos dejar de pensar en nuestros padres. El
apóstol Pablo también lo señaló
diciendo: "Honra a tu padre y a tu madre, que es el primer mandamiento con promesa". (Efesios 6:2).
4. LA PALABRA PATÉTICA.
Mateo 27:46
dice: "Cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz,
diciendo: Elí, Elí, ¿lama sabactani? Esto es: Dios mío, Dios mío, ¿por qué me
has desamparado?"
Ésta es la
palabra más misteriosa, más patética de Jesús. ¿Acaso no dijo en alguna otra
ocasión: "Mi padre y yo uno somos" y en otra ocasión "El que me ha visto a mí ha visto al Padre"?
Sin embargo,
vemos que este privilegio no era posible cuando se hallaba cargado con todos
nuestros pecados. Él ama al pecador pero
aborrece el pecado, él no puede consentir el pecado y Jesús siente en ese
momento que la presencia divina se aleja y abre su boca y exclama: Dios mío,
Dios mío, ¿por qué me has desamparado?
Pero no
pensemos que esto representa una queja, o una duda, más bien era una situación
interna de no sentirse completo junto a su Padre.
Es una
pregunta exclamativa que no requería respuesta, quizá sólo quería hacernos
reconocer el inmenso sacrificio que él hizo por nosotros para que reaccionemos
y podamos decir: "Sí Señor, lo reconozco, fue por mí. Sé que te sentiste
temporalmente abandonado por tu Padre para que yo pudiera ser amado para
siempre".
Miren lo que
dice Mateo 27:45: "Y desde la hora sexta hubo tinieblas sobre toda la
tierra hasta la hora novena".
Yo
aseguraría que todas las tinieblas del infierno se levantaron en contra de
Jesús, que todo pecado horrendo, cruel y oscuro recayó en Jesús, todo el pecado
del mundo fue puesto sobre él. Fue tal la atrocidad del pecado de todos los
seres humanos que el mismo Dios tuvo que alejarse momentáneamente para que toda
esa oscuridad y crueldadhumana recayera en Jesús.
Y quizá con un profundo pesar y dolor exclama: "Dios mío, Dios mío, ¿por
qué me has desamparado?".
En otras
palabras, sufrió al tope la agonía física y la agonía espiritual y hay que
recordar que ahí estaban también nuestros pecados.
5. LA PALABRA EXPRESIVA.
Juan 19:28
dice: "Después de esto, sabiendo Jesús que ya todo estaba
consumado, dijo, para que la Escritura se cumpliese: Tengo sed".
La palabra
sed refleja que ya casi no quedaba líquido en su cuerpo. ¿Le ha pasado a usted
alguna vez que ha sentido profunda sed?
Era peor la
necesidad física que sentían todos los crucificados a causa de la pérdida de
sangre y la fiebre por las heridas. Por eso es que algunos verdugos mezclaron
vinagre con hiel amarga y pestilente y le quisieron dar para que beba, pero él
no lo aceptó.
Incluso hoy
en día él sigue recibiendo vinagre y hiel de muchos que no quieren aceptar su sacrificio en la cruz del Calvario.
Es por eso
que les puedo decir hoy que cuando le sirvamos a Dios no lo hagamos por
vanagloria, ni prestigio, ni posición. Hagámoslo sólo por amor y
agradecimiento. Que nuestras alabanzas sean genuinas, no sólo para llenar un
espacio.
6. LA PALABRA GARANTIZADORA.
Juan 19:30
dice: "Cuando Jesús hubo tomado el vinagre, dijo:
Consumado es. Y habiendo inclinado la cabeza, entregó el espíritu".
Es una clara
y directa palabra para alentar y afirmar nuestra fe. Era la palabra que ponían
los griegos en las facturas cuando se pagaban.
Consumado es
significa ya no queda nada más por hacer. Garantiza una salvación perfecta a la
que nada puedo añadir como mérito propio, como si mi salvación fuera por mis
propias obras.
Si usted
tiene una factura con el sello de pagado, no intentaría jamás volverlo a pagar,
¿o sí? Sin embargo, añadir mérito es un defecto de muchos cristianos, no
comprenden que la obra de Cristo fue perfecta, completa, no le falta nada,
definitivamente nada se puede añadir.
Cuando Jesús
pronunció estas palabras, Satanás y todos los demonios del infierno supieron
que estaban vencidos. Incluso la misma muerte había sido destruida, la victoria
fue total. Por eso finalmente pronunció su última palabra.
7. LA PALABRA REVELADORA.
Lucas 23:46
dice: "Entonces Jesús, clamando a gran voz, dijo: Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu. Y habiendo dicho esto, expiró".
Fue tan
potente esta palabra que la tierra se estremeció, ni siquiera pudo contener a
sus muertos. Mateo 27:51-54 relata: "Y he aquí, el velo del templo se
rasgó en dos, de arriba abajo; y la tierra tembló, y las rocas se partieron; y
se abrieron los sepulcros, y muchos cuerpos de santos que habían dormido, se levantaron;
y saliendo de los sepulcros, después de la resurrección de él, vinieron a la
santa ciudad, y aparecieron a muchos.
El
centurión, y los que estaban con él guardando a Jesús, visto el terremoto, y
las cosas que habían sido hechas, temieron en gran manera, y dijeron:
Verdaderamente éste era Hijo de Dios".
Llega el
momento de su muerte, pero Cristo no teme aquella parte espiritual de su
tragedia. Ahora se muestra tranquilo y confiando. Aquel que antes habló de
Lázaro junto al seno de Abraham, ahora se disponía a entrar por aquellas
puertas eternas, seguramente miles de ángeles haciendo una calle de honor para
su entrada. Los cielos estaban abiertos para llevarle en triunfo a su aposento
celestial, junto a su Padre.
Esa parte
nos llegará en algún momento a cada uno de nosotros, porque dice la palabra del
Señor: "Y de la manera que está establecido para los hombres que mueran
una sola vez, y después de esto el juicio". (Hebreos 9:27).
De modo
inevitable hemos de pasar por aquel valle sombrío, pero la muerte redentora de
Cristo es la garantía de que podremos terminar nuestros días con la misma
confianza que Él, sólo en esas circunstancias podremos decir con gozo:
"Padre en tus manos encomiendo mi espíritu".
Jesús dijo:
"La paz os dejo, mi paz os doy; yo
no os la doy como el mundo la da. No se turbe vuestro corazón, ni tenga
miedo". En otra ocasión dijo: "En la casa de mi Padre muchas moradas
hay; si así no fuera, yo os lo hubiera dicho; voy, pues, a preparar lugar para
vosotros. Y si me fuere y os preparare lugar, vendré otra vez, y os tomaré a mí
mismo, para que donde yo estoy, vosotros también estéis". (Juan
14:2, 3).
Finalmente
el apóstol Pablo también lo afirmó: "Porque de ambas cosas estoy puesto en
estrecho, teniendo deseo de partir y estar con Cristo, lo cual es muchísimo
mejor". (Filipenses 1:23).